La cuestión ucraniana
por León Trotski
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En abril de 1939, a menos de siete
meses de empezar la Segunda Guerra Mundial, León Trotski escribió este artículo
que hoy nos sirve como herramienta para comprender la guerra ruso-ucraniana.
Trotski apunta aquí contra el nacionalismo ucraniano y las políticas
socialchovinistas de la burocracia soviética. Comprendiendo este análisis
marxista se puede entender que hoy apoyar a la Rusia de Putin en su supuesta
lucha antinazista es apoyar al intento de reconstruir el imperio ruso; pero
apoyar a Ucrania es defender a un gobierno ultraderechista sostenido por la
OTAN. Asombra mucho que cueste tanto trabajo comprender que estamos
presenciando un escenario muy similar al de la Primera Guerra Mundial donde
Rusia salió en defensa de Serbia, mientras que el Imperio Austrohúngaro atacaba
a Serbia y Rusia. El gesto "heroico" de Rusia no era más que fruto
del expansionismo zarista. La clase trabajadora no tiene nada que ganar ni
defender en un enfrentamiento entre nacionalismos, ya sea apoyados por imperialismos
o imperialismos en sí.
La cuestión ucraniana
León Trotski
La cuestión ucraniana, que muchos
gobiernos y tantos “socialistas” e incluso “comunistas” han tratado de olvidar
o relegar a las profundidades de la historia, se halla nuevamente a la orden
del día, esta vez con fuerza redoblada. El reciente agravamiento de la
cuestión ucraniana se relaciona íntimamente con la degeneración de la Unión
Soviética y de la Comintern, los éxitos del fascismo y la inminencia de una
nueva guerra imperialista. Crucificada por cuatro estados, Ucrania ocupa ahora
en el destino de Europa la misma posición que una vez ocupó Polonia, con la
diferencia de que las relaciones mundiales son actualmente mucho más tensas y
los ritmos del proceso mucho más acelerados. En el futuro inmediato, la
cuestión ucraniana está destinada a jugar un importante papel en la vida
europea. Por algo Hitler planteó tan ruidosamente la creación de una “Gran
Ucrania”; y fue también por algo que dejó de lado esta cuestión con tan cauta
rapidez.
La Segunda Internacional, expresando
los intereses de la burocracia y la aristocracia obrera de los estados
imperialistas, ignoró completamente la cuestión ucraniana. Incluso su ala izquierda no le prestó la necesaria
atención. Basta recordar que Rosa Luxemburgo, a pesar de su brillante
intelecto y su espíritu genuinamente revolucionario, consideró admisible
afirmar que la cuestión ucraniana era la invención de un puñado de
intelectuales. Esta posición dejó una profunda huella hasta en el propio
Partido Comunista Polaco. Los dirigentes oficiales de la sección polaca de la
Comintern vieron la cuestión ucraniana más como un obstáculo que como un
problema revolucionario. De ahí los constantes intentos oportunistas de desviar
esta cuestión, suprimirla, pasarla silenciosamente por alto o posponerla para
un futuro indefinido.
El Partido
Bolchevique, no sin dificultad y sólo gradualmente bajo la constante presión de
Lenin, pudo adquirir un enfoque correcto de la cuestión ucraniana. El derecho a
la autodeterminación, es decir a la separación, fue extendido igualmente por
Lenin tanto para los polacos como para los ucranianos. El no reconocía naciones
aristocráticas. Todo intento de evadir o posponer el problema de una
nacionalidad oprimida lo consideraba expresión del chovinismo gran ruso.
Después de la toma del poder, tuvo
lugar en el partido una seria lucha por la solución de los numerosos problemas
nacionales heredados de la vieja Rusia zarista. En su carácter de comisario del pueblo para las nacionalidades, Stalin
representó invariablemente la tendencia más burocrática y centralista. Esto se
evidenció especialmente en la cuestión de Georgia y en la de Ucrania.(1) Hasta
la fecha, la correspondencia sobre estas cuestiones no ha sido publicada.
Esperamos poder editar la pequeña parte de que disponemos. Cada línea de las
cartas y propuestas de Lenín vibra con la urgencia de conformar en la medida de
lo posible a aquellas nacionalidades que habían sido oprimidas en el pasado. En cambio, en
las propuestas y declaraciones de Stalin, se destacaba invariablemente la tendencia
al centralismo burocrático. Con el fin de garantizar “necesidades
administrativas”, es decir los intereses de la burocracia, los más legítimos
reclamos de las nacionalidades oprimidas fueron declarados manifestaciones de
nacionalismo pequeñoburgués. Estos síntomas ya
podían percibirse tempranamente en 1922-1923. Desde esa época, han tenido un
monstruoso crecimiento, llevando a una completa asfixia a cualquier tipo de
desarrollo nacional independiente de los pueblos de la URSS.
En la concepción
del viejo Partido Bolchevique, la Ucrania Soviética estaba destinada a
convertirse en el poderoso eje en torno al cual se unirían las otras secciones
del pueblo ucraniano. Durante el primer período de su existencia, es
indiscutible que la Ucrania Soviética fue una poderosa fuerza de atracción en
relación a las nacionalidades, así como estimuló la lucha de los obreros, los
campesinos y la intelectualidad revolucionaria de la Ucrania Occidental
esclavizada por Polonia. Pero, durante los años de reacción termidoriana, la
posición de la Ucrania Soviética y, con ella, el planteo de la cuestión
ucraniana en su conjunto cambió bruscamente. Cuanto más profundas fueron las
esperanzas despertadas, más tremendas fueron las desilusiones.
La burocracia
también estranguló y saqueó al pueblo de la Gran Rusia. Pero en las cuestiones ucranianas las cosas se
complicaron aun más por la masacre de las esperanzas nacionales. En ninguna
otra parte las restricciones, purgas, represiones y, en general, todas las
formas de truhanería burocrática asumieron dimensiones tan asesinas como en
Ucrania, al intentar aplastar poderosos anhelos de mayor libertad e independencia
profundamente arraigados en las masas. Para la burocracia totalitaria, la
Ucrania Soviética se convirtió en una división administrativa de una unidad
económica y de una base militar de la URSS. Que no quede duda: la burocracia de
Stalin erige estatuas a la memoria de Shevchenko pero lo hace sólo con el fin
de aplastar más minuciosamente al pueblo ucraniano bajo su peso y obligarlo a
cantarle himnos a la camarilla violadora del Kremlin en el idioma del
Kobzar.(2)
Respecto a las
partes de Ucrania que hoy están fuera de sus fronteras, la actitud actual del
Kremlin es la misma que hacia todas las nacionalidades oprimidas, las colonias
y semicolonias; son moneditas de cambio en sus combinaciones internacionales
con los gobiernos imperialistas. En el reciente Decimoctavo Congreso del
“Partido Comunista”, Manuilski, uno de los más repugnantes renegados del
comunismo ucraniano, explicó con bastante franqueza que no sólo la URSS sino
también la Comintern (la “falsa-unión” según la formulación de Stalin) se
negaban a solicitar la emancipación de los pueblos oprimidos cuando sus opresores
no eran enemigos de la camarilla moscovita en el poder. Stalin, Dimitrov y
Manuilski defienden actualmente a la India contra Japón, pero no contra
Inglaterra. Los burócratas del Kremlin están dispuestos a ceder definitivamente
Ucrania Occidental a Polonia a cambio de un acuerdo diplomático que les parezca
provechoso. Estamos lejos de los días en que no se atrevían más que a
episódicas combinaciones.
No queda ni rastro de la anterior
confianza y simpa¬tía de las masas ucranianas hacia el Kremlin. Desde la última
“purga” asesina en Ucrania, nadie quiere en el Oeste pasar a formar parte de la
satrapía del Kremlin que continúa llevando el nombre de Ucrania Soviética. Las
masas obreras y campesinas de la Ucrania Occidental, de Bukovina, de los
Cárpatos ucranianos están confundidas: ¿a quién recurrir? ¿qué pedir? Esta
situación desvía naturalmente el liderazgo hacia las camarillas ucranianas más
reaccionarias, que expresan su “nacionalismo” tratando de vender el pueblo
ucraniano a uno u otro imperialismo en pago de una promesa de independencia
ficticia. Sobre esta trágica confusión, basa Hitler su política en la cuestión
ucraniana. Dijimos en una oportunidad: si no fuera por Stalin (por ejemplo, la
fatal política de la Comintern en Alemania), no habría Hitler. A eso puede
agregarse ahora: si no fuera por la violación de la Ucrania Soviética por parte
de la burocracia stalinista, no habría política hitlerista en Ucrania.
Aquí no nos
detendremos a analizar los motivos que impulsaron a Hitler a descartar, al
menos por un tiempo, la consigna de la “Gran Ucrania”. Estos motivos deben
buscarse, por un lado, en las fraudu¬lentas combinaciones del imperialismo
germano y, por el otro, en el temor de evocar un espíritu maligno al que podría
ser dificil exorcizar. Hitler regaló los Cárpatos ucranianos a los carniceros
húngaros. Si bien no lo hizo con la aprobación expresa de Moscú, sí al menos
con la seguridad de que esta aprobación vendría en el futuro. Es como si Hitler
le hubiera dicho a Stalin: “Si me estuviera preparando para atacar mañana a la
Ucrania Soviética, habría mantenido los Cárpatos en mis manos”. En respuesta,
Stalin, en el Decimoctavo Congreso, salió abiertamente en defensa de Hitler
contra las calumnias de las “democracias occidentales” ¿Hitler intenta atacar a
Ucrania? ¡Nada de eso! ¿Pelear con
Hitler? No hay la menor razón para hacerlo. Obviamente Stalin interpreta
como un acto de paz el traspaso a Hungría de los Cárpatos ucra¬nianos.
Esto significa que parte del pueblo
ucraniano se ha convertido en moneda de cambio para los cálculos
internacionales del Kremlin. La Cuarta Internacional debe comprender claramente
la enorme importancia de la cuestión ucraniana no sólo en el destino del este y
sudeste europeos sino de Europa en su conjunto. Se trata de un pueblo que ha
demostrado su viabilidad, numéricamente igual a la población de Francia y que
ocupa un territorio excepcionalmente rico y, además, de la mayor importancia
estratégica. La cuestión de la suerte de Ucrania está planteada en todo su
alcance. Hace falta una consigna clara y
definida, que corresponda a la nueva situación. En mi opinión hay en la
actualidad una sola consigna: Por una Ucrania Soviética de obreros y
campesinos, unida, libre e independiente.
Este programa
está, ante todo, en irreconciliable contradicción con los intereses de las tres
potencias imperialistas: Polonia, Rumania y Hungría. Sólo pacifistas
irrecuperablemente imbéciles son capaces de pensar que la emancipación y
unificación de Ucrania puede llevarse a cabo por medio de pacíficas tratativas
diplomáticas, referéndums o decisiones de la Liga de las Naciones, etcétera.
Por supuesto, no son mejores las soluciones que proponen los “nacionalistas”,
que consisten en ponerse al servicio de un imperialismo contra el otro. A esos
aventureros, Hitler les dio una invalorable lección arrojando (¿por cuánto
tiempo?) los Cárpatos a los húngaros, que inmediatamente exterminaron a no
pocos ucranianos leales. Mientras la cuestión dependa del poderío militar de
los estados imperialistas, la victoria de un bando u otro sólo puede significar
un nuevo desmembramiento y un vasallaje aun más brutal del pueblo ucraniano. El programa
de independencia de Ucrania en la época del imperialismo está directa e
indisolublemente ligado al programa de la revolución proletaria. Sería criminal alimentar ilusión alguna a ese
respecto.
¿Pero -gritarán
a coro los “amigos” del Kremlin- la independencia de Ucrania Soviética
significaría su separación de la URSS? ¿Qué tiene eso de terrible?,
contestamos. Nos es ajeno el culto apasionado por las fronteras estatales. No
sostenemos la posición de una totalidad “unida e indivisible”. Después de todo,
incluso la constitución de la URSS reconoce el derecho de sus pueblos federados
a la autodeterminación, es decir a la separación. Así, ni
siquiera la propia oligar-quía del Kremlin se atreve a negar este principio,
aunque sólo tiene vigencia en el papel. El más mínimo intento de plantear
abiertamente la cuestión de una Ucrania independiente significaría la inmediata
ejecu¬ción bajo el cargo de traición. Pero es precisamente este despreciable
equívoco, esta despiadada persecu¬ción todo pensamiento nacional libre, lo que
ha llevado a las masas trabajadoras de Ucrania, en grado mucho mayor que las de
la Gran Rusia, a considerar monstruosamente opresivo el dominio del Kremlin.
Ante una situación interna de esas características, es naturalmente imposible
hablar de que la Ucrania Occidental se una voluntariamente a la URSS, tal como
ésta es actualmente. En consecuencia, la unificación de Ucrania presupone la
liberación de la Ucrania Soviética de la bota stalinista. También en esta
cuestión la camarilla bonapartista cosechará lo que ha sem¬brado.
¿Pero no significaría esto el
debilitamiento militar de la URSS?, aullarán con horror los “amigos” del
Kremlin. Respondemos que el debilitamiento de la Unión Soviética se debe a las
tendencias centrifugas en permanente crecimiento que genera la dictadura
bonapartista. En caso de guerra, el odio de las masas hacia la camarilla
gobernante puede llevar al colapso de las conquistas de Octubre. La fuente de
los senti¬mientos derrotistas se encuentra en el Kremlin. En cambio, una
Ucrania Soviética independiente se convertiría, aunque sólo fuera por interés
propio, en un poderoso baluarte sudoccidental de la URSS. Cuanto más pronto sea
socavada, derribada, aplastada y barrida la actual casta bonapartista, más
firme se volverá la defensa de la República Soviética y más seguro estará su
futuro socialista.
Naturalmente, una Ucrania independiente
de obreros y campesinos podría luego unirse a la Fede¬ración Soviética; pero
voluntariamente, sobre condi¬ciones que ella misma considere aceptables, lo que
a su vez presupone una regeneración revolucionaria de la URSS. La auténtica
emancipación del pueblo ucraniano es inconcebible sin una revolución o una
serie de revoluciones en el Oeste, que puedan conducir en última instancia a la
creación de los estados unidos soviéticos de Europa. Una Ucrania independiente podría unirse a esta federación como miembro
iguali¬tario e indudablemente lo haría. La revolución prole¬taria en Europa, a
su vez, no dejaría en pie ni una piedra de la repugnante estructura del
bonapartismo stalinista. En ese caso, sería inevitable la estrecha unión de los
estados unidos soviéticos de Europa y la regenerada URSS, y representaría
infinitas ventajas para los continentes europeo y asiático, incluyendo, por
supuesto, a Ucrania. Pero aquí nos estamos des¬viando a cuestiones de segundo o
tercer orden. La cuestión de primer orden es la garantía revolucionaria de la
unidad e independencia de la Ucrania de obreros y campesinos en la lucha contra
el imperialismo, por un lado, y contra el bonapartismo moscovita, por el otro.
Ucrania es especialmente rica en
experiencias de falsos caminos de lucha para conseguir la emancipación
nacional. Allí todo ha sido probado: la Rada [gobierno] pequeñoburguesa y
Skoropadski, Petlura, una “alianza” con los Hohenzollern y combinaciones con la
Entente.(3) Luego de estos experimentos, sólo cadáveres políticos pueden seguir
depositando esperanzas en cualquier fracción de la burguesía ucraniana como
líder de la lucha nacional por la emancipación. Únicamente el proletariado
ucraniano es capaz no sólo de realizar esta tarea -revolucionaria en esencia-,
sino también de tomar la iniciativa para lograr su solución. El proletariado y sólo el proletariado puede congregar
en torno suyo a las masas campesinas y la intelectua¬lidad nacional
genuinamente revolucionaria.
Al comienzo de
la última guerra imperialista, Melenevski (“Basok”) y Skoropis-Yeltujovski
trataron de colocar al movimiento de liberación ucraniano bajo el ala de
Ludendorff, general de los Hohenzollern. Para hacerlo, se disfrazaron de
izquierdistas. Los marxistas revolucionarios los echaron de una patada. Esa es
la forma en que deben actuar los revolucionarios en el futuro. La inminente
guerra habrá de crear una atmósfera favorable a todo tipo de aventureros,
cazadores de milagros y buscadores del vellocino de oro. Estos caballeros, que tienen especial preferencia por
calentarse las manos al fuego de la cuestión nacional, no deben ser admitidos
en las filas del movimiento obrero. ¡Ni el más mínimo compromiso con el
imperia¬lismo, sea fascista o democrático! ¡Ni la más mínima concesión a los
nacionalistas ucranianos, sean clerical-reaccionarios o liberal-pacifistas! ¡No
al “frente popular”! ¡Completa independencia del partido proletario como
vanguardia de los trabajadores!
Esta me parece
la política correcta para la cuestión ucraniana. Hablo aquí personalmente y en
mi propio nombre. Hay que abrir la discusión internacional sobre el tema. El
primer lugar en esta discusión correspon¬derá a los marxistas revolucionarios
ucranianos. Los escucharemos con gran atención. ¡Pero les conviene apurarse! Queda poco
tiempo para preparativos!
(1) En el verano de
1922 surgieron desacuerdos sobre la manera en que Rusia controlaba las
repúblicas no rusas de la Federación Soviética. Stalin estaba por presentar una
nueva constitución, mucho más centralista que su predecesora¬ de 1918, que
restringiría los derechos de las nacionalidades no rusas transformando a la
Federación de Repúblicas Soviéticas en una Unión So¬viética, a lo que se
oponían con todas sus fuerzas georgianos y ucranianos. Lenin esta vez apoyó a
Stalin; recién en diciembre de 1922, después de recibir el informe de una
comisión investigadora independiente
Que había enviado a
Georgia, cambió de opinión sobre los acontecimientos ocurridos en esa región. Planteó entonces que los derechos de los
georgianos, ucranianos y otras nacionalidades no rusas eran más importantes que
las necesidades de centralización administrativa que aducía Stalin. Lenin
expresó esta opinión en su artículo “Sobre la cuestión nacional y la
‘autonomización’” (Obras completas, T.36).
(2) Taras Shevchenko
(1814-1861): poeta ucraniano que llegó a ser considerado el padre de la
literatura nacionalista de su país. Fundó una organización para promover la
igualdad social, la abolición de la esclavitud, etcétera. Sigue siendo el símbolo de las
aspiraciones y fines del pueblo ucraniano. Kobzar fue su primer libro de
poesías (publicado en 1840), considerado generalmente como una de las más
grandes obras de la literatura ucraniana. El título está tomado de un antiguo
instrumento de cuerdas y simboliza la variada herencia ucraniana.
(3) Pavel Skoropadski (1873-1945): general
del ejército zarista, en 1918 fue durante un breve período el gobernador títere
de Ucrania cuando las tropas alemanas ocuparon el país y disolvieron la Rada. Su régimen cayó después de la derrota de Alemania en la Primera
Guerra Mundial. Simon V. Petlura (1877-1926): fue socialdemócrata de derecha
antes de la Revolución. En junio de 1917 se lo designó secretario general para
asuntos militares de la Rada ucraniana. Se alió con Polonia en la guerra
soviético-polaca de 1920.